Monguen Mapuche

EN ESPAÑOL – IN SPANISH
Title: MONGUEN de cordillera a mar
Authors: Cristina L’Homme, María Josefina Antinao, Stéphane Herbert.
Publisher: Globe Vision
ISBN 9782919328048
180 pages / 25×23 cm

Do you know the meaning of « MAPUCHE »? It means « Man of the Earth » in mapudungún language (MAPU=Earth + CHE=People). In the book MONGUEN whose protagonists are some old Mapuches of Chile, women and men talk about their lives, their stories, and their culture. In mapudungun,
MONGUEN means TO EXIST and TO LIVE.
This first edition in spanish (1000 copies) was freely distributed in
Chile, especially among libraries.

 

Connaissez-vous la signification du mot « MAPUCHE »? Cela veut dire « Peuple de la Terre » en langue mapudungún (MAPU=Terre + CHE=Peuple). Dans le livre MONGUEN dont les protagonistes sont de vieux Mapuches du Chili, des femmes et des hommes racontent leurs vies, leurs vécus et leur culture. En mapudungun, MONGUEN signifie EXISTER et
VIVRE.
Cette première édition en espagnol (1000 exemplaires) est distribuée
gratuitement au Chili, notamment auprès des bibliothèques.

 

© Stéphane Herbert

Los Pewenche siempre hemos vivido en dos lugares distintos, la veranada y la invernada. Cada año, en enero, dejamos nuestra casa de subsidio en valle de Lonquimay donde habitamos arrinconados durante el largo y helado invierno, para subir a la veranada ‘Las Mellizas’ a piñonear en las alturas, donde crece la araucaria milenaria, el pewen, que también llamamos ‘pinos’. Al llegar a la veranada, la felicidad de encontrarnos en el medio de los pinos con sus cabezas llenas de piñones es tan grande, que todos empezamos a gritar. ‘Uyuyuy’ llama uno, ‘ayayay’ responde el otro. ‘Uuuuy’, canta el tercero… cada uno tiene su grito propio. Asi no nos perdemos.

© Stéphane Herbert

Yo le creo a Chaw Ngenechen. Él es dueño de la tierra, la madre tierra, porque ñuque mapu, la tierra, lo da todo. Por eso, yo lo que siento por la tierra es un amor y un cariño profundo. Hay que cuidarla, fali mapu decía mi madre, vale mucho la tierra. El territorio es una joya. Es lo más lindo que tiene el ser humano. Trabajar en su rancho propio descansa el cuerpo y el alma. Mi gente dice que el que no tiene nada, es ‘cesante’, ya que sin tierra no se puede trabajar.

© Stéphane Herbert

Organizábamos rogativas al borde del mar. Nos hincábamos en un lugar seco y levantábamos la comida (muday, milkao, katuto, mote…) hacia el cielo ofreciéndola a Chaw Dios. Luego la posábamos sobre la arena. Venpapurrain, ‘vamos a bailar’, decía la machi, y entrábamos en la danza con ramitas de canelo mientras los kuyites, los guardias de los nguillatuqueros, se paseaban entre las mesas con el banquete, con sus palitos, sacando sopaipilla, cochayuyo, loco, carne. Decían: –¡Está buena la carne de la mar! –Yepañe, yepañe, añadía la machi, y las olas llegaban despacito hacia donde estaban los platos, los daban vuelta y al retirarse los dejaban limpiecitos.

© Stéphane Herbert

Cuando mi papá llegó a Puerto Saavedra, a la orilla del mar, empezó el gran terremoto. Había muchos árboles grandes, él no veía nada, pero de arriba del cerro, le gritaron:
– ¡Suba, que el mar se está saliendo! ¡Suba!
Entonces mi papá vio el canal, hondo y ancho, que caía al mar. Estaba lleno. No había cómo arrancarse, así es que se tiró al agua con su caballo, y la corriente lo llevó. El animal era bueno, porque saltó y volvió a saltar y de repente, la ola lo levantó y lo dejó en tierra firme.

©  Stéphane Herbert

El pewen no da piñones cada año. Hay años en que se carga con cabezas y hay años que no da. Algunas veces hay cualquier cantidad, la gente piensa que va a ser así para siempre, solo recoge los mejores, los demás piñones los pisotea. Pero eso no se debe hacer, al pewen no le gusta. Al año siguiente no da nada. Por eso le oramos, le rogamos a la araucaria, le hacemos ceremonia, poniéndole un polvito azul en sus ramas. Ese polvito es un secreto, simboliza el agua y el cielo, el trigo y la tierra. Todo eso unido, porque no se puede separar, porque sabemos que todo está en una sola mata.

© Stéphane Herbert

Tuve un pewma, un sueño: subía por un rewe y me dijeron : –Usted va a ser machi, tiene que ser ‘buena’ machi, no tiene que hacer brujerías. –Así voy a ser, contesté, sintiéndome muy honrada por ese mandato. Luego me dieron un kultrun, me enseñaron a tocar y me repitieron las palabras que debía decir.
Mientras soñaba me agité: en el sueño tocaba mi kultrun y mi marido se despertó. Cuando le expliqué, no quiso saber nada, se enojó: –¡Las machis son malas porque dejan al marido acostado y salen a buscar hombres! Me prohibió ser machi. No pude ser machi y por eso me enfermé.

© Stéphane Herbert

Cuentan que por aquí vivía un hombre con sus dos mujeres. Una de ellas tenía una guagua. Una noche, el bebé lloraba tanto que el hombre fue a verlo, y se encontró con el cuerpo de su mujer sin cabeza al lado de la criatura. Eso significaba que la mujer era una bruja y que su cabeza se había transformado en un chonchón (o tuétué). El hombre se sentó a esperar que la cabeza volviera y cuando llegó, la forzó a dar una explicación. –Fui a buscar enfermedades para contaminar a la comunidad, dijo el chonchón. Por eso, cuando se escuchan los gritos del tuétué, la gente lanza sal al fuego y lo maldice: –¡Ándate pájaro de la noche! ¡Vete brujo!

© Stéphane Herbert

Durante el terremoto (nüyün), estábamos en la veranada. Todo se movió, sonaba la montaña, los pinos se juntaban y se apartaban como colihues. Algunos se ladearon y uno se quebró. Cuando se muere, el pewen no se entierra, se deja así no más, nadie lo toca. Recién cuando se pudre, cuando la madera se pone blanquita, se saca la resina del corazón del tronco, el pikoyo, de color dorado. Esa resina del pewen la tallamos para fabricar aros, anillos y llaveros.

© Stéphane Herbert

Los pinos viven más tiempo que nosotros: cuando nosotros morimos, ellos siguen allí. Le pedimos a Chaw Dios que nos dé piñón, porque él es el que riega y da frutos; nosotros solo somos los cuidadores. Del piñón dependemos todos los que vivimos por acá. Con el piñón hacemos pan, muday, katuto. Cuando lo cosechamos, cavamos un pozo donde echamos unos diez sacos de piñones agregándoles agua para que no se echen a perder. Si se guarda en seco, el piñón se pudre.

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